La Edad Media, un `invento’ historiográfico

Uno de los períodos de la historia de las universidades que ha sido estudiado de manera más intensiva es la Edad Media. Esta es una época histórica muy amplia que abarca más de un milenio. Por cuestión de convención, su inicio se sitúa con la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476, cuando el último de los emperadores “de sangre romana”, Rómulo Augusto, fue “depuesto por Odoacro, el bárbaro godo.” Habría terminado con el descubrimiento de América, en 1492. Estas fechas tienen la suficiente relevancia histórica para acotar conceptualmente la Edad Media, pero, son simples referencias, pues la historia que es multidimensional (política, sociedad, cultura, espiritualidad), no puede acotarse de forma tajante mediante hechos concretos, por muy importantes que sean.

También hay diversas opiniones sobre los límites cronológicos de la filosofía medieval, al igual que sobre su periodización. Cuando Justiniano clausuró definitivamente la escuela de Atenas, en el año 529, habría finalizado el pensamiento antiguo. Como finalización de la Edad Media, en filosofía, se ha propuesto el año 1464, año en que se supone murió Nicolás de Cusa. Para los fines de esta tesis, interesa establecer los alcances del pensamiento medieval. Al respecto, Eudaldo Forment advierte: “La historia filosófica de novecientos años de la cultura occidental, que se designan con la expresión de ‘Edad Media’, no es algo que sólo está situado entre un ‘antes’ y un ‘después’, sino la historia de un alma y unos ideales, que trascienden el tiempo. Sin prejuicios ‘modernos’ y sin deformaciones ‘románticas’ o literarias, pueden descubrirse los logros medievales, que permanecen idénticos, al cabo de unos seiscientos años, porque la verdad es inmortal.”

Desde el siglo V hasta el X, la cultura occidental transcurrió por un período de transición entre el mundo antiguo y la cristiandad medieval. Al derrumbarse el Imperio Romano, finalizó la estructura política romana y también se hundió la cultura clásica. En ese período se distinguen dos etapas. La primera llega hasta Carlomagno (768 – 814) y se define por la conservación y transmisión de la herencia clásica y de los Padres de la Iglesia. Los conocimientos que se poseían y que podían perderse fueron recopilados en obras enciclopédicas. En la segunda, aparecieron los primeros intentos creadores que anunciaron una nueva época, en la cual se formó el pensamiento occidental cristiano.

El propio nombre de Edad Media, como otros muchos que se emplean para designar movimientos artísticos de este periodo, es una denominación peyorativa y descalificadora que inventaron los hombres del «Renacimiento» para designar lo que ellos consideraban una etapa oscura y de transición entre el gran mundo grecorromano y la recuperación del Clasicismo en los siglos XV y XVI. Los humanistas italianos de las últimas décadas del siglo XV acuñaron el término Edad Media, con expresiones como “media aetas” o “medium aevum”. El primero en utilizar el término Edad Media fue el obispo de Alesia, Giovanni Andrea dei Bussi, quien, en una carta fechada en 1469, hablaba de “sed mediae tempestatis tum veteris, tum recentiores usque ad nostra tempora”. El prelado se refería a una etapa situada entre dos momentos “brillantes” de la historia de la humanidad, los tiempos clásicos, por una parte, y la fase que los humanistas italianos protagonizaban, por otra, en la cual se buscaba el retorno al cultivo de las lenguas clásicas y, en general, de todos los valores propios de aquellos lejanos tiempos.

Esa etapa de la historia de la humanidad, o cuando menos de Europa y de su entorno, se caracterizaba, según los humanistas, por el brutal retroceso experimentado, sobre todo desde el punto de vista de las manifestaciones culturales. Los tiempos medios eran, por lo tanto, rotundamente negativos, pues en ellos predominaron la ignorancia y la barbarie. Así, el origen del concepto de Edad Media tiene una carga eminentemente peyorativa, al considerarla una especie de túnel de barbarie e incivilización en el cual la Humanidad habría entrado durante diez siglos, tras la caída de Roma y el renacer de las tradiciones latinas y griegas.

Al principio, la llamada Edad Media conoció una época de agitaciones políticas, económicas e intelectuales tras las invasiones bárbaras, el asentamiento de los reinos y la constitución y consolidación del Imperio, que se extendió desde el siglo VI al IX. Pero, también hubo una época de vida intelectual y artística muy fecunda, y con una intensidad sin igual (siglo XI hasta el XIV), gracias al desarrollo urbano, las universidades y el vigor de los profesores y corrientes de pensamiento.

En el Siglo XVI, los artistas denostaron al “arte gótico”, propio de la Edad Media, y afirmaron que “las edades medievales trajeron la destrucción del arte clásico y la decadencia”. Durante la Ilustración del Siglo XVIII, los intelectuales que defendían la preeminencia de la razón, sostuvieron que esa virtud estuvo “plenamente ausente” de la Europa del Medievo, en la cual predominó la más brutal irracionalidad. Los ilustrados presentaban a la Edad Media como una época en la que unas minorías, los llamados señores feudales (“señores de horca y cuchillo”), habían oprimido a la mayoría de la población. Con el Romanticismo hubo una visión favorable a la Edad Media. Surgió un movimiento de reivindicación de los monumentos del arte Gótico. Goethe cambió de modo de pensar y escribió un himno a la catedral de Estrasburgo. Para los románticos destacaba el impulso sentimental e intuitivo, lo emocional y pasional, los valores religiosos y éticos, sentido del misterio y de lo maravilloso. El poeta alemán Heinrich Heine expresó el atractivo que en su época se sentía por el Medioevo europeo: “Tenía la arquitectura de la Edad Media igual carácter que las otras artes, pues entonces todas las manifestaciones de la vida se armonizaban entre sí de una manera maravillosa… Cuando se examinan desde fuera esas catedrales góticas, esos edificios inmensos de forma tan fina, tan transparente, tan aérea, que parecen recortados imitando los encajes de Brabante en el mármol, sólo entonces se siente plenamente el poderío de aquellos tiempos que sabían agilizar la piedra, animarla con una vida de fantasmas y hacer expresara esa materia los impulsos del espiritualismo cristiano”.

Durante gran parte del siglo XIX, la arquitectura europea estuvo dominada por los movimientos historicistas neomedievales, como el neorrománico y especialmente el neogótico. En España, el periodo romántico de la arquitectura se ocupó del que se consideraba como único estilo artístico verdaderamente castizo español, el mudéjar, y se edificaron numerosos edificios neomudéjares e incluso en un resurgimiento de la arquitectura y ornamentación islámica andalusí.

El Romanticismo consideraba el mundo medieval como la fase de gestación y de consolidación de los países de Europa y su sentimiento de identidad nacional. Los nacionalistas resaltaban los fundamentos del espíritu de los pueblos. Debido al fenómeno del nacionalismo, estrechamente ligado a la consolidación de las naciones-estado, se volvió la mirada al pasado medieval, época en la que se pusieron sus cimientos. En el Medievo nacieron las naciones-estado, que se fortalecieron en las primeras décadas del siglo XIX, como en los casos de Francia o de Inglaterra. También querían tener en cuenta a las naciones sometidas a poderosos imperios, situación en la que se encontraban diversos pueblos eslavos, incorporados al imperio turco. Por otra parte Alemania, que no logró la unificación política hasta finales del Siglo XIX, “miraba con nostalgia, pero a la vez con orgullo”, a la Edad Media, período en el que su territorio fue el centro del Sacro Imperio Romano-Germánico, es decir, “la cabeza temporal de la Cristiandad”.

El cambio, con respecto a la imagen existente del Medievo, lo registró el historiador alemán Luden, quien, en su libro “Historia del pueblo alemán” (1825), advirtió: “Hace una generación, la Edad Media parecía una noche oscura; ahora, el encanto de lo que descubrimos ha fortalecido el deseo de seguir investigando».

Estos dos extremos de opuesta consideración sobre la Edad Media se sigue viviendo en la actualidad. Tal hecho se aprecia en la literatura y el cine (especial mención hay que hacer del exitoso, y a veces oportunista, género de la “novela histórica” tan de moda en estos últimos años), que frecuentemente estereotipa las grandezas y miserias de estos mil años sin llegar a centrar convenientemente su compleja realidad social y cultural. Mil años de historia de Occidente no pueden ofrecer un aspecto homogéneos, por lo que el estudio de la Edad Media no sólo ofrece distintas versiones (política, bélica, cultural, etcétera) sino constantes cambios cronológicos.

Los primeros siglos de la Alta Edad Media son considerados como el periodo medieval más oscuro, como consecuencia de la relativa pérdida del orden y la cultura romanas. Las guerras y la violencia forzaron la consolidación de un sistema feudal de intercambio de servicios y contrapartidas. De esa etapa se suele olvidar el brillo cultural y artístico remansado en el Imperio Romano de Oriente, convertido en el Imperio Bizantino que, a pesar de sus muchos conflictos, conservó el acerbo cultural y científico romano y lo irradió al resto de Occidente mediante influencias directas e indirectas (árabes de Al-andalus y siglos más tarde durante el conflicto de las Cruzadas).

El efímero pero fructífero renacimiento carolingio de los siglos VIII y IX, sentó las base de lo que dos centurias más tarde se llamaría el Renacimiento Románico, producido en el siglo XI. Este es consecuencia de una combinación de mejoras de tipo técnico, político y económico, surgidas poco después del emblemático y apocalíptico año 1000. Fue la etapa de florecimiento del mundo religioso y cultural monástico que se plasmó en un revivir sin precedentes de arquitectura, escultura, pintura, iluminación de manuscritos, etcétera. Richard Hunt advierte que a partir del renacimiento carolingio destacó la formación de bibliotecas medievales, como lugares indispensables de estudios para el desarrollo del pensamiento, ya que “Occidente había padecido la inexistencia de librerías durante seis siglos”. La formación de las bibliotecas estuvo a cargo de los monasterios y a mediados del siglo XIII, París y Bolonia participaban en la regulación del comercio de los libros, los cuales «constituyen una herencia y un permanente testimonio de las manifestaciones culturales de la Edad Media».

También se considera que ese florecimiento fue una consecuencia de la activación del fenómeno de las peregrinaciones y del sentimiento de defensa de la fe mediante el espíritu de cruzada que, paradójicamente, activó el trasvase de nuevas ideas que supuso el trasiego de gentes viajeras. Esa gradual apertura e intercomunicación transformó la sociedad y la percepción del mundo que tendrá como clímax el siglo del gótico, el XIII. Esa centuria vivió el renacer de las ciudades y la vida urbana, el traslado del protagonismo de los monasterios a las catedrales y parroquias urbanas, el declive de las órdenes monásticas anteriores en beneficio de los conventos mendicantes, la creación de universidades y una revalorización de los aspectos relacionados con la naturaleza y el hombre.

Tras el esplendor de los siglos XI, XII y XIII, la Baja Edad Media vivió durante el siglo XIV su periodo de mayor crisis, de la cual Europa tardó tiempo en recuperarse y que, de alguna manera, condujo a la renovación de puntos de vista sobre el hombre y la vida que condujeron al Renacimiento. Ese siglo XIV llevó a Europa todo tipo de calamidades, como conflictos bélicos constantes y especialmente la epidemia de la Peste Negra que asoló gran parte de Europa a mitad de siglo y que según diversos historiadores acabó con la vida de la mitad de la población.

La pregunta en este punto es: ¿existió la Edad Media? Dos medievalistas connotados consideran que no, pues se trata de una invención historiográfica con claros intereses ideológicos, de corte racionalista y anticatólico. Sin embargo, el término se ha difundido como un tópico muy exitoso.

La historiadora francesa Régine Pernoud sostiene: “Si a un medievalista se le metiera en la cabeza componer una antología de disparates sobre el tema, la vida cotidiana le ofrecería materia más que suficiente. No hay día en que no se oiga alguna reflexión del tipo: ‘ya no estamos en la Edad Media’, o ‘es una vuelta a la Edad Media’, o ‘es una mentalidad medieval’.

El título Para Acabar con la Edad Media (1998) de la consagrada medievalista Régine Pernoud es una declaración de principios: terminar con la visión vergonzante y oscurantista que el gran público tiene de este periodo de la historia de Occidente. Esta imagen es tributaria del pensamiento ilustrado, que realizó un duro enjuiciamiento de los siglos medievales partiendo de postulados racionalistas. Régine Pernoud (1909-1998) dedicó su vida a la investigación con fuentes originales y con esta obra desbarata muchos de los tópicos sobre el mundo medieval. Revisa la producción literaria de la época, sus logros artísticos, el papel de la mujer, los códigos de honor y los rituales sociales, así como la imbricación entre el poder temporal y el espiritual. La autora se enfrenta a las numerosas leyendas negras que jalonan el Medievo, como el papel de la Inquisición o el proceso a los Templarios.

21 Pernoud, Régine. “Para acabar con la Edad Media”, Medievalia, Barcelona, 2003, pps. 7 y 8. Cf. Pernoud, Régine. “Para acabar con la Edad Media”. Editorial José de Olañeta, 1998, 156 pps. Traducción: Francesc Gutiérrez.

El autor francés Jacques Heers, profesor de historia medieval de la Universidad de la Sorbona (París IV), agrega que “lo medieval da vergüenza, es detestable; y lo ‘feudal’, su carta de visita para muchos, es todavía más indignante.”22 Para Heers, los nueve o diez siglos que duró la Edad Medía serían como una “noche de los tiempos” entre dos “épocas gloriosas”, la Antigüedad clásica y el Renacimiento. El estereotipo no engaña a los expertos, pero sigue profundamente anclado en la memoria colectiva., sostiene que esa Edad Media no existió en realidad: “no es más que una noción abstracta forjada a propósito, por distintas comodidades o razones, a la que se ha aplicado a sabiendas ese tipo de oprobio”. Su empeño es mostrar los orígenes y el mecanismo de esa «impostura intelectual». Su discurso pasa revista a varios aspectos claves. En primer lugar, advierte que la idea de un corte radical entre lo que se ha dado en llamar Edad Media y el Renacimiento puede ser cómodo por razones pedagógicas, pero distorsiona la realidad. Muchas de las manifestaciones que nos parecen típicas del Renacimiento estaban presentes en los siglos medievales. La idea de la fractura fue lanzada por los humanistas italianos, deseosos de hacer valer su originalidad, y reforzada por los historiadores protestantes, encarnizados contra la Iglesia medieval.

La imagen tópica de los «tiempos feudales», en la que los desorbitados derechos de los señores provocaban la condición miserable de los campesinos, es también discutida por Heers. Los estudios de especialistas del mundo rural obligan hoy a precisar las jerarquías y la movilidad en el medievo, sin que quepa hablar de una sociedad dividida en dos bloques y petrificada.

Otra tara indeleble de la Edad Media sería el oscurantismo segregado por la Iglesia, con una religiosidad popular teñida de supersticiones. Jacques Heers atribuye el origen de esta imagen detestable de la Iglesia medieval a la acción propagandística de los filósofos de la Ilustración y al anticlericalismo virulento del siglo XIX. Pero los que se presentaban como enemigos del oscurantismo no tuvieron inconveniente en inventar leyendas sobre la Edad Media como las de

22 Heers, Jacques. “La invención de la Edad Media”, Crítica, Barcelona, 1995, p. 15.

los terrores del año mil, la de la papisa Juana o exageraciones sobre la Inquisición.23

No se trata de establecer una injusticia contra un importante y extenso período histórico, sino enfrentar. Para seguir al medievalista chileno José Marín, “se podría decir que, en cierto modo, la Edad Media sí estaba sumida en la oscuridad; pero no porque fuese oscura en sí misma, sino por lo poco que de ella se sabía.”24 En consecuencia, oscura no es la “Edad Media” como tal, sino las personas, actuales y pasadas, que poco o nada saben de ella.

23 Heers, Jacques. “La invención de la Edad Media”. Crítica, Barcelona, 1995, 295 pps. Edición original: “Le Moyen Age, une imposture”, París, 1992.
24 Cf. Marín R., José. “Textos Históricos. Del Imperio Romano hasta el siglo VIII”. Ed. RIL, 2003, Santiago de Chile.

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