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Arte que inspira… arte que cuenta historias…

Pantheon, Roma

 

Es el Panteón, una palabra griega que significa “casa de los dioses”. Es macizo y contundente por fuera pero a su vez tan delicado que puede llega a emocionar cuando se atraviesa el plinto sostenido por recias columnas y uno se encuentra en el corazón del templo. Sus formas son como una sinfonía hecha arquitectura. El emperador Adriano es considerado por los romanos como uno de los mejores emperadores de la vieja Roma. Dejó una huella imborrable de cultura, buen gobierno y obras públicas por toda la ciudad; y por eso Roma lo recuerda con cariño. El Panteón, un templo hecho para honrar a todos los dioses de la cosmología latina, es el diamante de ese puñado de edificios notables que el emperador hispano dejó como legado a la ciudad que supo gobernar con justicia. Como casi todo lo edificado en una ciudad milenaria, el panteón se construyó sobre un edificio anterior. En tiempos de Adriano este primer edificio fue enteramente reconstruido, aunque su nombre no aparece en las inscripciones, algo que no cuaja demasiado bien con el afán de gloria que caracterizó al pueblo romano.

Recibió el nombre de Panteón de Agripa porque fue el yerno de Augusto, Marco Agripa, quien levantó el edificio original en el año 27. Las marcas encontradas en los ladrillos corresponden a los años 123-125, lo que permite suponer que el templo fue inaugurado por el emperador durante su estancia en la capital del mundo entre el 125 y el 128 de la era cristiana. Se cree que el artífice de tal maravilla fue el arquitecto Apolodoro de Damasco. La principal novedad del edificio fue su gran cúpula, que tardó bastante en ser superada en tamaño (habría que esperar al Renacimiento para encontrar una cúpula mayor, aunque bastante más para encontrar una tan perfecta). Por fuera, como ya hemos dicho, es un tambor con un pronaos sostenido por una imponente columnata que actúa como vestíbulo de entrada. Por dentro se convirtió en iglesia poco después de que la religión católica se convirtiera en oficial. Pese a todo, el panteón no se libró de los saqueos para obras pías. El papa Urbano VIII, de la familia de los Barberini, mandó a levantar todas las tejas de bronce que recubrían la cúpula para hacer el baldaquino de San Pedro y también cañones destinados a los ejércitos papales. Los romanos no lo tomaron muy bien y acuñaron una frase irónica que se ha convertido en todo un clásico: “quod non fecerunt barberi, fecunt Barberini” . En español podría traducirse como “lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”. La influencia de este edificio ha sido determinante para entender el desarrollo de la arquitectura moderna. El mítico Bruneleschi, autor de la imponente cubierta del Duomo de Florencia, examinó al detalle esta magnífica obra de 44 metros de diámetro antes de iniciar su magistral cúpula de ‘espina de pescado’ de la catedral florentina. Se puede sentir la presencia de algo trascendente que va más allá de lo terrenal; ésa era la función del panteón; ser algo así como una conexión de los romanos con sus dioses. Unos agujeros de tamaño casi microscópico practicados en el suelo impiden que el agua se acumule en el interior del edificio cuando llueve. No se ven, pero están ahí impidiendo que el agua cause estragos en el edificio. Y todo esto hecho hace casi dos milenios. Miguel Ángel comentó una vez que su diseño era “angélico, no humano” y Stendhal, en sus famosos ‘Paseos por Roma’ lo catalogó como “el más bello recuerdo de la antigüedad romana”.

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